Mi primer amor gay

sábado, 20 de septiembre de 2008

Hoy os voy a hablar del amor. Es una sensación que hace que se te ponga la piel de gallina, te brillan los ojos, te levantas con una sonrisa en la boca, estás mirando el móvil cada 5 minutos para ver si te ha llamado o te ha mandado un sms, y si no lo haces tú, y te desilusionas cuando no te contesta o cuando su respuesta es seria y ni tan siquiera se despide con un "abrazo".
Es lo que tiene enamorarse de tu amigo hetero.
Seamos sinceros. Es un amor imposible. Nunca pasará nada, y si pasa, pronto se olvidará y no habrá sido más que un pequeño desliz de ambos, pues claro, tu no tienes la valentía de decirle que llevas enamorado de él meses y meses y que suspiras por todos y cada uno de sus huesos.
Bien, voy a empezar por el principio. Os voy a contar como fue mi primer amor gay, cómo fue la primera vez que me enamoré de un hombre.
Yo cursaba por aquel año bachillerato, primer curso. Fue una época de cambios, pues dejé de salir con los que hasta ese momento habían sido los amigos de toda mi vida, conocí muchísima gente, la cual sigue siendo hoy en día mi gente, y entre esa gente lo conocí a él (el es de los pocos que ya no siguen en mi vida).
Era un chico chileno, dos o tres años mayor que yo, y tenía ese toque de irresistibilidad que no puedes evitar.
Yo me sentaba con mi amiga de toda la vida, justo en la esquina opuesta a donde se sentaba el. Yo no podía parar de mirar hacia el y cada vez que lo veía entrar por la puerta del aula a las 8 y media de la mañana me sentía lleno y vigoroso.
Poco a poco fueron pasando los meses, hasta que llegó enero, y decidí sentarme junto a él en el clase. Pasabamos muchísimo tiempo juntos, a pesar de que yo sabía que él tenía novia, pero claro, la novía vivía a 100 km de él. A mi se me caía la baba cada paso que daba con él y él parecía ir cogiéndome más cariño cada día.
Se independizó de sus padres poco después de sentarme yo con el en clase, y yo pasaba muchísimo tiempo en su nueva casa, me quedaba a dormir con el, comía con el, cenaba con él, tanto que llegué a tener problemas en mi propio hogar por pasar tanto tiempo junto a él.
Así pasaban los días hasta que un día, de repente, se partió una pierna, y yo, que ya había tenido experiencia con el quiebro de huesos, le presté mis muletas.
No sé cómo ni por qué, pero su hermana, que por aquél entonces tendría 10 u 11 años, se inventó la historia de que yo había llamado a su casa hecho un energúmeno diciendo que no tenía ya contacto con él y que por favor me devolvieran las muletas.
Esa historia es totalmente incierta. Bien es verdad que habíamos perdido unp oco el contacto, porque yo me estaba centrando en mis examenes y el pues entre su trabajo y su nueva vida tampoco tenía tanto tiempo; pero ni mucho menos hice yo tal cosa de llamar gritando que me devolvieran mis muletas.
La cuestión es que el obviamente creyó a su hermana, y vino con su "nuevo mejor amigo", un drogadicto, su compañero de piso y de trabajo, que estaba más en el otro barrio que en este. Fue su nuevo amigo el que me dió las muletas y él mientras estaba escondido, oyendo cada cosa que yo decía.
Fue en ese momento cuando dije "Dile, que me deje en paz, que si no tiene cojones para venir y darme el las muletas, que olvide todo". Realmente dije esa frase porque no podía creer lo que se había rodeado en tan poco tiempo y como el amor de mi vida me estaba dejando sin ni siquiera darme una explicación.
Con el paso de los meses me dí cuenta que realmente la excusa de la hermana había sido una excusa barata para sacarme de su vida. ¿Por qué? No lo sé, tal vez tuvo miedo de empezar a sentir lo que sentía yo.

El otro día, por el mes de julio, me lo crucé por la calle, y se me quedó mirando de una forma entre sería y con ese brillo en los ojos como cuando pasabamos todo el día juntos.
Lástima que yo llevara gafas de sol...

1 comentarios:

Unknown dijo...
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